Yo y mis obsesiones

Adicta a la delicia de no saber.




miércoles, 9 de febrero de 2011

El violín: el rescate de Los olvidados

Por: Diana Amador

Una obra endémica del territorio mexicano. Si bien todos los pueblos latinoamericanos tienen una historia marcada por los enfrentamientos de la guerrilla y el ejército, marcada por la lucha del pueblo contra los gobiernos despóticos, sólo en México tenemos esa exquisita tradición con las imágenes en blanco y negro, en el cine heredada por Gabriel Figueroa , pero que nos remiten a Comala, a Pedro Páramo, a imágenes necesariamente mexicanas. El violín de Francisco Vargas, es un rescate a la cultura mexicana en más de un sentido. Recupera nuestra tradición oral, los mitos originales de los pueblos y la sabiduría indígena, que ha encontrado la lógica de la explotación a la que han sido sometidos históricamente. Es también un mosaico musical de México: sones, valses, pasos dobles, música de la Tierra Caliente, pero igual un fox trot o una cumbia. Todo se configura en un discurso perfectamente articulado, con el agregado de que también rescata una estética que marcó una etapa no sólo en el cine, sino en la cultura visual de los mexicanos: la época de oro.Forma, identidad y fundamento, ahí radica el valor de El violín. Es una historia de auténticos mexicanos, no de los clasemedieros de la ciudad que han invadido nuestro cine para contarnos anodinas historias donde, para asegura la ganancia mínima, debe aparecer alguna “niña bien” haciendo “travesuras”. Una historia de pobreza, de hambre, de injusticia que ha sojuzgado a las tres generaciones retratadas y a muchas más que les antecedieron. Es un vistazo al México real, a la miseria que se oculta en las montañas pero que no ha desaparecido, al deseo de emanciparse que no ha sido atendido, a la violencia latente que esconde el México bronco. El uso del blanco y negro no le resta realismo, sino que realza el drama y lo convierte en poesía. No se nos habla de situaciones inverosímiles o escenarios extraordinarios, al contrario, el filme está dotado de mayor fuerza precisamente por presentar algo tan cercano a los mexicanos y a los espectadores en general, porque de alguna forma, todos somos Plutarco Hidalgo, el anciano magistralmente interpretado por Ángel Tavira, músico tradicional sin formación actoral alguna, pero que asume el papel con total sinceridad, entrega y veracidad, como quien sabe en carne propia de qué se trataFrancisco Vargas busca la identificación, que percibamos como real y cercano lo que se nos presenta. Y es que detrás de cada mexicano que no pertenezca a la clase acomodada hay algún episodio de injusticia, algún rencor hacia el sistema que nunca nos ha considerado, alguna historia de lucha contra el poder. Pocos veces se tiene el valor de tocar estas heridas en el cine, porque las historias reales son las más dolorosas, las más duras, pero no por eso menos bellas.El inicio de la película pone todas las cartas sobre la mesa. Los violines melancólicos suenan al fondo, aparece la lista de premios que la producción ha ganado y de pronto comienza la violencia. una entrada de luz brilla por encima de la oscuridad interior de una cabaña de tablas , donde unos soldados golpean brutalmente y violan a un grupo de hombres y mujeres No se necesitan más explicaciones, las mujeres llorando en un rincón, el soldado amenazando e infringiendo dolor al hombre que permanece atado en una silla. Los gritos, la sangre, el sudor, una confesión que no llega, los derechos humanos cuya ausencia a nadie sorprende: es el ejército, son campesinos, es la sierra mexicana. La historia no podría ser distinta. Cuando el golpe del soldado se deja venir, aparece la pantalla negra con el nombre de los actores y sólo se escuchan los alaridos de dolor. No se necesitan imágenes explícitas, todo se intuye y el director deja al espectador la peor parte, la de imaginar las heridas y la tortura. El efecto que se logra es aún más fuerte que el de la pantalla teñida de rojo. Es posible sentir el dolor, adivinar el gesto descompuesto de quien ha caído en manos de quien dice ser la autoridad, aunque sólo veamos sus pies y el horror de las mujeres que lo presencian todo. La escena impacta por la desgarradora mezcla de violencia e impotencia. Prefigura la lucha eterna entre luz y tinieblas, vida y muerte, los de abajo y los poderosos, que teje la historia de la humanidad. Representa también el deseo de que la luz se haga sobre la realidad y se sobreponga a la violencia.En la siguiente secuencia se nos presentan a los personajes principales, y la historia comienza a dibujarse con otros elementos. Un paneo nos lleva de los áridos montes a la humilde choza de Plutarco Hidalgo. Paciente, cuidadoso, devoto en su labor como con los santos que cubren la pared. Don Plutarco es el personaje más enigmático. Habla utilizando letras de canciones, proverbios, palabrotas, fórmulas orales, que mucho dicen de su experiencia y poco de sus sentimientos. Aún con un muñón trata delicadamente a su violín, su eterno acompañante e instrumento de lucha en una batalla más engorrosa que la librada por su hijo Genaro, pues es una lucha contra el olvido. Así como el autor de la película rescata parte de nuestra cultura, Plutarco rescata la historia de su pueblo escribiendo y cantando las correrías de los héroes anónimos. Al final, su nieto Lucio sigue la tradición cantando la historio de Los Hidalgo. Se aleja de lo panfletario, pero Francisco Vargas no oculta su postura. Retrata siempre la visión de los guerrilleros, de los campesinos, la visión de los vencidos. Es la realidad de los de abajo y, literalmente, así son filmados. La cámara se mantiene siempre a la altura de los personajes, no hay un dejo de desprecio, soberbia o compasión. Tampoco es la versión folclórica de las tradiciones del campo mexicano, es un retrato fiel de su realidad y sus laceraciones.Durante la secuencia en que Genaro es perseguido por los militares, la cámara lo acompaña en su huída. Es su temor y su desesperación lo que queda plasmado en la película, y que logra contagiarse al espectador. De forma discreta, el director trata de despertar empatía, de alentarnos a comprender las dolorosas circunstancias en que viven estas comunidades. Los zooms y planos cerrados son usados para enfatizar las llagas de las manos trabajadoras, los surcos que el sol ha hecho en la piel de los personajes, para dotar aún de más realismo a la historia y a sus protagonistas, porque se trata de personas tan reales como la problemática que enfrentan. En contra parte, los soldados son tomados casi con indiferencia. Todos son iguales, sus historias carecen de importancia, pues sólo aparecen como un montón de hombres abúlicos dispuestos sólo a seguir órdenes, por inhumanas que estas sean. Sólo hay un intento por humanizarlos cuando El Capitán confiesa a Plutarco los pasajes dolorosos de su infancia pero, como se revela más adelante, es sólo una treta para ganarse la confianza del anciano. Vil, sanguinario, prepotente, despreciable…como todos los militares.Por otro lado, los planos abiertos nos permiten ubicarnos geográficamente. Se mencionan algunos municipios, pero nunca el espacio específico. Los paneos y los paisajes sugieren la sierra de algún lugar árido. Sabemos que la película fue realizada en Guerrero, pero bien podría tratarse de Oaxaca, Chiapas, Puebla o cualquier otro estado donde la miseria y el abandono inspiran el ansia de rebelión que ocultan las montañas. No todo es crudeza y desolación, el horror de la realidad es equilibrado no sólo con una fotografía impecable, pues en los momentos conmovedores además de dolor hay un guiño a la esperanza. Es el caso de la escena en la que Lucio pide a su abuelo explicaciones sobre la crisis por la que está pasando su comunidad. Con un relato mítico fantástico, Plutarco cuenta el origen de la ambición, de la injusticia y del espíritu de lucha. Mientras, la cámara nos muestra las cenizas de una fogata, la tierra seca y un tilt up recorre el tronco de un árbol, símbolo de sabiduría, fuerza y madurez, para finalmente lanzar una esperanza a la redonda y luminosa luna : “algún día lo sabrás”, dice el anciano alentando al niño a que luche por un futuro mejor. La narración recupera el origen de la creación, cuando la tierra fue dada a los hombres para vivir; luego sobrevino el despojo ambicioso einjusto que perpetran unos cuantos. Sobre ellos se alza la dignidad y la lucha de los “hombres verdaderos” para que la tierra vuelva a ser lo que era en el principio. La figura del octogenario Plutarco, todo él digno, entero, perseverante, y la música de su violín, serán entonces la representación de este compromiso, de esta lucha, de esta esperanza: cuando la música acompaña y alegra a las mujeres y los niños que huyen de la represión, cuando el violín seduce y casi doblega la fuerza opresora del capitán, cuando el nieto ha de seguir tocando y no rendirse, hasta que lleguen los tiempos de la vida y de la luz para el pueblo.Plutarco Hidalgo es el campesino estereotípico: tranquilo, estoico mas no cobarde, templado, prudente, humilde, religioso, amoroso hacia su tierra y hacia su pueblo. Su calidez, sus modos cuidadosos y su sencillez conquistan al espectador rápidamente. Aunque en la actualidad suene como un pésimo lugar común, este es el héroe de la película. El hombre más bueno, capaz de hacerlo todo por sus seres queridos, quien prefiere confiar en la bondad de las otras personas, que no se mantiene al margen de la lucha a pesar de su edad, rebelde pero respetuoso y humano, pues nunca se rebajaría al nivel de sus sayones.En el lado opuesto está El Capitán, un villano muy a la mexicana. De gesto adusto, labios gruesos, mirada impenetrable, robusto, prepotente y cínico. Antagonistas sólo en apariencia, pues ambos personajes comparte un origen. Más allá de las diferencias evidentes, son dos seres humanos que tienen la misma raíz y son enfrentados por el sistema, por el destino, pero la música los une en un entorno que tiene como telón de fondo a la guerrilla.El violín es el punto convergente, el elemento que une todos los hilos de la trama. Como en una expresión más de su rebeldía, Plutarco toca este instrumento aunque tenga un muñón, aunque las convenciones sociales digan que no puede. El violín lo acompaña en sus tristezas y en sus denuncias, y establece una conexión inimaginable. En un momento, quizá de debilidad, El Capitán relata a Plutarco sus viejos deseos frustrados de ser músico, le cuenta de la pobreza que padecía su familia, de las carencias que sufrió. Nada muy diferente a lo que vive el pueblo del anciano, los mismos campesinos a los que militar atacaba. El violín permite la construcción de importantes momento de tensión entre los personajes, lo que armoniza el refinado tempo narrativo del film. El Capitán usa al violín para retener al anciano, para hacerlo volver al “cuartel” a que toque para deleitarlo. Plutarco lo usa como un pretexto para estar convenientemente cerca del enemigo, a la vez sería su cómplice en la recuperación de las municiones que dejaron en sus tierras, y cada día es su eterno acompañante mientras escribe la historia de su lucha. El director busca en cada momento conmover al espectador, y todos los códigos de la película se concatenan para logarlo. El diseño del sonido es importante y refuerza el discurso que manejan las imágenes. Por un lado está la música y el silencio que se van sincronizando. Nada es fortuito, es posible sentir el peso del silencio en el bosque donde se esconde la guerrilla, la fuerza de los silbidos de los pájaros, la profundidad de la vida nocturna. El juego entre los sonidos tenues y el silencio, es la danza que permite al espectador sentir y escuchar el espesor del silencio de los oprimidos, y la pesada amenaza de las armas de los militares.La naturalidad es también llevada al terreno de los diálogos, pues permanecen cercanos a la realidad cotidiana. La economía verbal, el acento rural y expresiones idiomáticas, son fieles a la tradición oral, lo que complementa la idea del realismo y la humildad de los personajes y sus circunstancias. El tono hiperrealista se sostiene también por las interpretaciones, más allá de la simpleza del diálogo. Los actores supieron manejar los silencios y las frases únicas, otros, seguramente gente del pueblo que quiso participar, inyectan una dosis de espontaneidad que alimenta la naturalidad retratada. Lo coincidencia entre los códigos es evidente en cada cuadro. Tan sólo en una escena, cuando don Plutarco acude “al patrón” para que le presta una burra para ir en busca de su nuera, se presenta humilde frente al grotescamente regordete usurero, que termina aprovechándose de su desesperación obligándolo a firmar un papel en blanco. Los dos símbolos se contraponen: la riqueza y la carencia, la opulencia y la premura, la honestidad y la impudicia. Cuando finalmente la ignominia resulta vencedora, don Plutarco mira al cielo suplicante, y encuentra a las nubes que cubren al sol cómo en señal de mal augurio.La universalidad es otra característica digna de señalar. Sí, es una historia absolutamente mexicana, pero el director deja cierto espacio a la ambigüedad, de tal forma que resulta imposible determinar el lugar y el tiempo específicos en que se desarrolla la historia. Podemos adivinar un contexto sociopolítico, pero nunca se nos rebelan los detalles particulares, lo que nos permite englobar todas las historias que podamos imaginar: es el pueblo mexicano, la guerrilla salvadoreña, los indígenas de Guatemala, los sandinistas en Nicaragua. Son todos y es ninguno porque es la historia compartida de América Latina, la historia de los pobres, de Los Olvidados que han sido magistralmente rescatados por un cineasta. Paralelamente, la tensión de la acción dramática está concentrada en la oposición entre Don Plutarco y El Capitán. Aunque la atmósfera de la película pueda remitirnos a una guerrilla u otra, el encuentro entre los dos hombres, su pasión común por la música durante el sin sentido de la guerra, permite descubrir la humanidad universal de la película. La de dos seres obligados a realizar una terrible elección: seguir sus ideales hasta el final, o comprender al otro y cambiar de bando. Cumplir con el deber o traicionar… la música o las armas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario