Yo y mis obsesiones

Adicta a la delicia de no saber.




lunes, 22 de agosto de 2011

Así se mata la esperanza

Como en cualquier drama hay una sonrisa infantil involucrada, aunque sea en la pantalla de un celular. Era la foto de mi Ximena, lo último que vi antes del derrumbe. Como en cualquier drama hay una mujer indefensa que es tocada con violencia donde sólo se debería acariciar con dulzura. Como en cualquier drama hay sangre, lágrimas, impotencia. Como en cualquier drama están los villanos, aunque en esta historia ya no sé quiénes son.

Fueron treinta segundos. El tiempo que uso para abrir las ventanas y recibir el sol por las mañanas, el tiempo que toman mis gatitos en acurrucarse a mi lado, el tiempo que tardo en olvidar un número telefónico o una dirección (o casi cualquier cosa). Me toma treinta segundos recalentar el café y empezar mi vida. Ellos tardaron treinta segundos en arrebatármela.

Si reviso mi memoria diré que fueron cinco. Que caminábamos entre un centenar de personas cuando nos rodearon. Que no tenían más de 17 años. Que vestían pantalones holgados y camisetas sin mangas. Que en sus ojos no había miedo, ni dudas en sus movimientos. Que nos amenazaron con cuchillos. Que sentí su filo en mi carne. Que nadie nos ayudó.

Una delgada línea de sangre cruzaba mi mano. No opuse resistencia, sólo me oponía a la realidad. Pasó. No sé bien cómo, pero pasó. Miré a alrededor, busqué ayuda, una mano que curara la mía, alguna mirada de solidaridad, de dolor compartido, alguien que al menos insultara a los ladrones. Nada. No encontré nada. El miedo ganó la batalla. Éramos tres contra el peso abrumante de la indeferencia. Fuimos por un policía que, mientras sobaba su barriga, nos mandaba al MP. No importaba si los pillos estuvieran a unos metros, no haría nada por atraparlos. Sólo está ahí, inmóvil, para vigilar la maquinaria de la impunidad. Ese es su trabajo.

Dirán que estaba en el barrio equivocado, que de Tepito nada distinto puede esperarse. Pero yo creía que sí, que todo, despacito, puede arreglarse. ¿Qué es la pobreza, sino la falta de oportunidades? Por eso había ido una semana antes a su centro comunitario. Ahí, los jóvenes en rehabilitación empiezan a reconstruir su vida, a recuperar su cuerpo. Se supone les daría clases para que pudieran terminar la preparatoria. Eran sólo dos alumnos, pero confiaba en que otros más se animarían, en que juntos podíamos mejorar su vida, su barrio, este país. Confiaba.

Este es el México real, donde a nadie le importa que tu vida esté en peligro, donde la única lucha es por sobrevivir, donde el mejor consejo es habituarse con resignación a la violencia. Trabajar, combatir, revolucionar, ayudar, son cada vez palabras más huecas. ¿Por qué debería importarme ayudar a quienes luchan contra sus circunstancias, si mi vida les importa un carajo?, ¿para qué gastar mi tiempo en tratar de salvar un país que lleva décadas podrido?, ¿cómo se puede estar tan solo en una ciudad con nueve millones de habitantes?

Hace casi un año, en Ciudad Juárez, un grupo de federales me subió a su camioneta para darme un “paseo”, el más largo de mi vida. Entonces sólo podía pensar en mi Ximena, en qué futuro tan despiadado le había heredado. Ahora sólo pienso en cómo llevármela de aquí, en que merece vivir en un país que no esté en ruinas. Así empieza la deshumanización, así se pierde la esperanza. Como ya sospechaba el poeta Efraín Bartolomé, estamos completamente solos y estamos derrotados.