Yo y mis obsesiones

Adicta a la delicia de no saber.




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viernes, 1 de abril de 2011

El lugar más pequeño del mundo: la poesía en renacer

Por primera vez, fui testigo de un parto. Y no fue ese escenario grotesco lleno de sangre y fluidos corporales, sino un viaje maravillo de la mano de la cineasta Tatiana Huezo.

Era la primera vez que presentaba su documental El lugar más pequeño del mundo ante el público y se le notaba nerviosa, con esa sonrisa escurridiza y los ojos que parpadean como si la vida se les fuera en ello.




El recorrido por un pueblo salvadoreño, empieza con un viaje interior, a su propio pasado. Huezo busca los rastros de su familia donde su abuela nació y se encuentra con las huellas de una guerra atroz, y las ruinas de un pueblo que intenta levantarse.


Era 1979 cuando en El Salvador un grupo de guerrilleros despertó la furia de un gobierno dictatorial. Por más de 12 años el pueblo y el poder sostuvieron cruentos enfrentamientos que dejaron más de 180 mil muertos y otros tantos desaparecidos.


Pueblos enteros se quedaron sin habitantes, arrasados por los militares que incluso los borraron de los mapas.


Tres décadas después, la gente de uno de estos pueblos, Cinquera, entre las pesadillas y las heridas que les dejó la batalla, sigue unida en nombre de su memoria, para defenderse de las nuevas amenazas, ya no del Estado sino de las pandillas y el crimen organizado.


“El tema de fondo en esta historia es la pérdida. Es una película sobre personas que han aprendido a vivir con su dolor. Creo que habla de la capacidad que tiene el ser humano de levantarse, de reconstruirse, de reinventarse después de haber vivido algo terrible”, dijo la autora en entrevista con el semanario Proceso.


La historia es estrujante y poética por sí misma, pero la fotografía es elemental para alcanzar esas atmósferas envolventes. El sonido y la imagen mantienen un discurso independiente, que al unirse forman un tercero con mucha más intensidad.


La cámara vuela por la selva como un fantasma que puede verlo todo sin ser visto. Sin que su presencia altere su entorno, el mundo se descubre ante ella con su infinita belleza.


Ernesto Prado, el fotógrafo, logra captar la inmensidad de los árboles, la frescura de cada gota y la luz de ese millón de colores que forman no sólo un paisaje, sino la tumba de quienes fueron asesinados y perseguidos en el monte.


La selva está tan viva, como muerto su pasado, y las imágenes logran reflejar la contradicción para contar una historia de derrota y fortaleza, de un pueblo que sin su doloroso pasado no tendría un digno presente.


Huezo admite que hizo la película desde la ignorancia, pues nunca se ha visto inmersa en una guerra ni ha hecho de la violencia el escenario cotidiano.


En México aún estamos lejos de una guerra civil pero los muertos, nuestros muertos, van quedando atrás, sin rostros ni rastros. Y después…La reconstrucción es imposible sin la memoria.


Al final, El lugar más pequeño del mundo, nos deja ese sabor dulce de la esperanza, de que sí puede haber un mañana si sabemos qué pasó ayer.
Para ver el trailer da click AQUÍ



miércoles, 9 de febrero de 2011

El instante decisivo

Por: Diana Amador

En un afán por aprehender al mundo que nos rodea cometemos el equívoco de pretender racionalizar todos los fenómenos de los que somos testigos, todas nuestra actividades y nuestra naturaleza misma. Queremos conocer las causa y efectos, el mecanismo que detona todo, encontrar la metodología exacta, las claves que nos ayuden a comprender nuestro entorno, cuando en realidad las cosas son más sencillas de lo que parecen.Los teóricos del arte, incluyendo la fotografía, se desgastan los sesos infructuosamente tratando de explicarla, de definirla, de fragmentarla hasta conocer todos sus elementos y los pasos previos a su creación. Podemos consultar cientos de manuales de fotografía, ensayos y retórica al mayoreo, pero eso jamás hará de nosotros unos profesionales de la imagen, unos buenos fotógrafos.Quién mejor que Cartier Bresson para demostrar que el oficio fotográfico no es más que pasión, sensibilidad, intención y práctica. Basta con saber observar, embelesarnos con el mundo y sus maravillas para después encontrar ese “momento decisivo” que exprese la esencia de lo que atestiguamos. Como él mismo lo dice, sólo es necesario coordinar al ojo, el cerebro y el corazón.Esto no quiere decir que debamos demeritar la labor de los fotógrafos porque, aunque parece fácil, la selección del segundo en que el disparo del obturador produzca una buena imagen es algo que se logra sólo con los años de práctica, la perseverancia y la suficiente humildad para saber que hasta el detalle más “insignificante” puede ser una gran fotografía. Si bien es cierto que resulta insuficiente teorizar sobre la fotografía y sus componentes, no podemos dejar de lado los factores estéticos que deben intervenir. El procedimiento que siguen los fotógrafos previo al “disparo final”, incluye no sólo la selección del segundo exacto sino también de los elementos, los sujetos que compondrán la imagen. Es decir, no basta con la parte intuitiva, es indispensable el conocimiento de los principios básicos de composición.Como dice el autor, el ojo del fotógrafo está en perpetua evaluación y esa al parecer es la única clave: saber mirar al mundo, la técnica viene después. La cámara que utilicemos, el tipo de película, etc, nos son determinantes en la calidad de nuestras imágenes, sólo son herramientas que nos ofrecen más o menos posibilidades creativas, o representan más o menos obstáculos. Sólo hay que conocer nuestro equipo, de las misma forma conocer nuestro entorno y a nosotros mismos y finalmente, cuando esos tres elementos se sincronicen, podremos comunicar algo con nuestras fotografías